Marco
Teórico
Antecedentes
históricos generales
La primera referencia a la agrupación de enfermos críticos
en un área común dotada de mayores recursos y para un mejor aprovechamiento de
éstos tiene lugar en la Guerra de Crimea (1854-1856) y su principal precursora
fue Florence Nighthindale.
Esa idea inicial fue evolucionando a lo largo de los años
hasta que en los años 50- 60, se crearon las primeras Unidades de Cuidados
Intensivos, gracias a los avances de la Medicina y de la técnica en general,
que hacían posible revertir situaciones críticas hasta entonces irreversibles:
como los primeros respiradores (1954), los sistemas de circulación
extracorpórea (1952) e hipotermia (1953), el primer desfibrilador externo
(1956), los catéteres venosos centrales, e incluso el uso extensivo de
antibióticos.
Esta evolución se concretó en dos modelos de desarrollo,
uno derivado de la necesidad de ventilación mecánica surgida en la epidemia de poliomielitis
que en esa década afectó especialmente a los países del Norte de Europa y
Norteamérica y que produjeron numerosos casos de insuficiencia respiratoria
aguda secundaria y un segundo que determinó la creación de unidades específicas
para enfermos coronarios.
En España, la primera UCI se creó en 1966 en la Clínica de
la Concepción de Madrid, seguida en 1969 por la primera Unidad Coronaria en el
Hospital de la Santa Cruz y San Pablo de Barcelona.
Aunque inicialmente los encargados de dirigir dichas
unidades eran médicos procedentes de diversas especialidades, principalmente
cardiólogos, neumólogos, internistas y anestesiólogos; poco a poco fue
necesaria crear una nueva especialidad (Medicina Intensiva), ya que:
a) Los
pacientes críticos, independientemente de su enfermedad de base tienen en
muchos casos características fisiopatológicas y clínicas homogéneas. Se
comienza a diferenciar un grupo de pacientes que tienen sus procesos vitales
alterados, con compromiso de su supervivencia pero de un modo reversible eran
pacientes potencialmente curables.
b) Estos
pacientes con un claro riesgo vital, precisan de unas estrategias precisas, y
específicas, de vigilancia y de tratamiento.
c) Asimilar
el significado y la utilización de los avances tecnológicos dirigidos a este
tipo de enfermos. Una de las constantes de esta especialidad es el alto grado
de sofisticación tecnológica.
En los últimos años a estas premisas iniciales se han unido
otras dos que tienen hoy en día una importancia incuestionable:
·
Imperativo bioético. Es
evidente que los avances técnicos nos permiten luchar por la vida y mantenerla
en circunstancias antes impensables ¿pero a todos los pacientes?¿en todas las
circunstancias?.
·
Surgen conceptos, como
la autonomía del paciente, la adecuación de los cuidados al final de la vida
(antes LET), encarnizamiento terapéutico, la confidencialidad y la privacidad
de los pacientes, un punto constante de reflexión de nuestras actuaciones, además de que derivada de la alta
concentración de recursos, las UCIS son muy costosas lo que nos obliga a una
gestión con los mayores estándares de calidad y de eficiencia.
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