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de Junio... Voy porque estoy viva, pero me morí ya mil veces. Y mil
veces intenté despertar soñando que había soñado. Morí con #Candela, que a los 11 años se
convirtió en cenizas, y comprendió, a los porrazos, que lo del Ave
Fénix es un cuento que no le responde a las pobres, a las indefensas, a
las nadie. Morí con #Ángeles,
que aún no descansa de su última clase de educación física, y le
quedaron pendientes las fiestas de quince, por convertirse a la fuerza
en basura. Acuné a #Martina la noche en que su madre #Paola
perecía en una alcantarilla, y el asesino se fue silbando bajito, como
quien se deshace de un montón de mierda. Morí ese día. Morí mil días.
Conocí el fondo del riachuelo, asfixiada en la misma bolsa en la que
estaba #Melina que, por pobre y puta, mereció su destino. Morí también con #Melisa, con quien alguna vez compartí la identidad de la escuela. Su pequeña #Nicole
no va a saber nunca quién es la seño Coca, ni todo lo que se puede
hacer en un patio diminuto. Todavía respiro del mismo gas que las durmió
para siempre, y – más que el gas- me ahoga la libertad de los impunes.
Se me estruja el pecho con toda la tierra que me tiró encima el novio de
#Catherine, y también el de #Chiara.
Siento que en mi vientre se muere su hijo, que también es el hijo de
una sociedad indiferente, que ampara a los hijos de puta. La pesadilla
es eterna, y en las imágenes aparece #Lola, a quien le entumecieron las alas, antes de que pudiera aprender a volar. Morí también con #Andrea,
que, con el derecho de las putas, volvió a enamorarse, y dejó su cuerpo
en algún cerro de las sierras. Las llamo para encenderlas, las nombro
para que no terminen de irse. Pero la memoria es un bicho que nos pica a
pocos. Los hipócritas prefieren quedarse ahí, justificando lo
injustificable, caminando con los pasos mudos, esquivando la mirada de
los que cuestionan. Hay quería extender el #NuncaMás
con el que se nos llena la boca y se nos calma la vida. Porque estoy
cansada de alimentar la crónica roja con mi sangre pisoteada, que muere y
vuelve a morir. Porque me harté del escupitajo ajeno; del dedo que
señala; del tipo que -por tipo- es incapaz de respetar a la madre, a la
abuela, a la hermana, a la esposa, a la hija, que les grita y los
ensordece, pero no registran. Me harté del puño cerrado que siento en mi
cara cuando me muero con ellas. Porque cada vez que una se va, el útero
se me esconde y se me hace chiquito en algún lugar de las entrañas. E
imagino que yo los parí y me avergüenza que hayan crecido dentro mío,
que soy mujer, que soy todas. #NiUnaMenos
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